Claire

De hecho, no es mi historia, sino la de Claire. Murió en un accidente estúpido de coche; perdí más que una hija, pues hizo cosas de las cuales nosotros, los padres, hubiésemos sido incapaces. Lo sabía todo sobre Serge.

A los diez años de edad, Serge había visto robar una motocicleta en el colegio, por unos chicos que no querían subir la cuesta a pie. Pero no había dicho nada; tampoco había participado.

La policía le interrogó. Siguió guardando silencio. Volvieron con la directora, y lo interrogaron de nuevo, jurándole todos: «No te pasará nada, tus padres no sabrán nada, habla». Acabó por confesar que había visto robar la motocicleta.

—Bien, ahora que ya nos has mentido una vez, di-nos lo que has robado anteriormente. No te pasará nada.

—Pues..., hace dos años, robé una tableta de chocolate en un Prisunic. —¿Nada más?

—Nada más. Sólo la tableta de chocolate.

La cosa hubiese tenido que quedar así. Pero no, la directora del colegio se fue inmediatamente a pasear por las distintas clases: «¿Conocen a Rolin?»

Los profesores dijeron: «Es un alumno muy bueno».

Los compañeros dijeron: «Es un buen compañero».

—¿Creen que sería capaz de robar?

—¿Él? ¡Ni hablar! ¡Es un muchacho estupendo!

—Sin embargo, lo ha hecho, acaba de confesar.

El coche de la policía lo acompañó hasta casa. Ser-ge entró entre dos agentes. Es duro para un niño. Yo lo vi; me puse enferma.

—Señora, su hijo está acusado de complicidad en el robo de una motocicleta; y ahora quisiéramos llevar a cabo un registro porque, además, robó una tableta de chocolate hace dos años.

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