Couka

Día caluroso, en el mes de agosto, como lo son probablemente los días calurosos en que sólo se nota la pesadez de la atmósfera. Nos encontrábamos en el patio interior de un edificio, la guardiana y yo, ante un baúl.

Uno de esos baúles de Alí Baba como sueñan los niños, los del fondo del desván, donde encuentran cantidad de cosas hermosas, de misterios escondidos. Éste, incluso abollado, encerraba los suyos y tenía un olor que desprendía cierta tristeza.

La guardiana levantó la tapa y vimos objetos extraordinarios: bonitos vestidos, zapatos, libros; varias máquinas de afeitar, todas eléctricas, ocho, nueve, quizá diez, de diferentes colores; pipas, pisapapeles antiguos, estropeados; más ropa y todos esos objetos que se van acumulando, pero también aquellos «birlados» en los grandes almacenes, estatuillas y piezas de gran valor, más una fortuna en joyas, robadas la noche anterior. Sí, todo ello en el patio interior de un edificio en un día de agosto.

Este baúl contenía una parte de la historia de Cou-ka y de André, de la guardiana y de la mía. Las dos estábamos contemplándolo y la policía, algo apartada, esperaba para terminar el inventario.

Hoy se ha abierto el baúl, ayer se llevaron a Couka a la cárcel. ¿Y mañana?

Ese baúl encerraba lo que permitía pagar la droga; si no hubiésemos conocido la razón, se hubiera podido pensar en travesuras de chiquillos. Recuperé algunos objetos que nos pertenecían y el baúl se volvió a cerrar. Este episodio había terminado, pero el pasado iba a subir a la superficie y Couka estaba entre cuatro paredes.

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