Desde que Francis está en La Boére, veo las cosas desde otro ángulo. Es la puerta de socorro, el único sitio donde podía curarse. Cuando se marchó allí, creo que apenas le quedaban tres meses de vida; estaba al final del camino, condenado.
Es un ser débil; al principio debieron arrastrarle a ello. Supongo que sería eso, porque no tenía, según mi opinión, dificultades mayores. Como madre, quizá no veo la realidad como debería, pero me parece que Francis era más bien feliz en la época en que su padre todavía vivía y, sin embargo, ya se drogaba. En casa tenía comprensión. Sólo un problema que acabó siendo resuelto: mi marido no quería asignarle una «paga semanal fija».
—Si necesita algo, que lo pida.
A mí me parecía que, a los diecisiete años, eso no era normal y el día en que su padre descubrió que Francis le robaba dinero, hubo una escena que estuvo a punto de acabar en drama.
Hablamos y decidimos darle una cantidad fija.
Que yo sepa, fue el único problema.
Cuando pasó a sexto curso, tuvo una bicicleta de carreras, y cuando fue admitido en el liceo su padre le regaló una motocicleta. Cada vez que necesitaba gasolina, una reparación, esto o aquello, me pedía dinero. Poco antes de cumplir los dieciocho años, su padre le dijo: «Te pago el permiso de conducir, no quiero que tengas moto».
Yo también tenía un miedo espantoso de la moto y, además, había descubierto que llevaba una bastante grande, sin permiso, que le prestaba un amigo.
Francis aprobó el examen de conducir dos días antes de la muerte de su padre. Mi marido estaba loco de alegría: «¡A la primera!»
Unos días antes de su muerte hablamos de comprar un 4L de segunda mano, bastante viejo, a un vecino de la escalera.
—Se lo doy por trescientos o cuatrocientos francos.
—De acuerdo, se lo compro y lo haré arreglar para mi hijo.
Mi marido era gestor en una fábrica y tenía un mecánico a su disposición.
Yo concluí sola esta compra, hice arreglar el coche y, al cabo de poco tiempo, ya no lo quiso. Por una parte, quizás era un poco viejo; por otra, había ganado dinero en su gira. Se gastó la mitad y me dio un cheque de cuatrocientos mil francos.
—Guárdamelo, es para comprarme otro coche.
Encontró un R16. El seguro, por supuesto, a mi cargo. Y el aceite, la gasolina eran un medio más para sacarme dinero. Yo, siempre yo.
Quiso ir a N.
—En el estado en que se encuentra el coche, es imposible.
Hubo que hacer una revisión: ¡mil francos más!
Y allí, debió de hacer de las suyas pues, después de este viaje, he perdido todo contacto con la familia de mi marido, en cuya casa se alojó.
Afortunadamente, tengo a mis hermanos. Cuando Francis fue detenido, hablé con un inspector muy amable, muy comprensivo.
—Pero no tiene equipaje, ¿dónde va a ir?
—Por esta noche, pienso en una prisión en M. Puede usted acudir antes de las cinco, llévele algo de ropa y podrá verle.
Eran las cuatro. Uno de mis hermanos me acompañó. Al llegar a M. buscamos el Palacio de Justicia y, a continuación, la prisión. Había dos, bastante alejadas una de otra, y eran más de las cinco.
En la primera: desconocido.
Mi hermano y yo nos dirigimos al Palacio de Justicia, entramos en una sala y encontramos a Francis con los inspectores. Lo vi sin esposas, relativamente tranquilo. Hablamos.
Fue trasladado a Fresnes, justo en el momento de una huelga de P.T.T. (Correos, Telégrafos y Teléfonos), con lo cual no tuve ninguna noticia suya, a excepción de cuatro líneas en las que me pedía dinero para comprar cigarrillos. Le mandé doscientos francos que no recibió jamás. De allí fue trasladado a J., ciudad cercana a aquella donde tuvo lugar el intento de robo. Fui a verle.
—No quiero que vuelvas. No quiero verte más. No quiero que te molestes. ¡No vuelvas!
Inútil describir el estado en que yo me encontraba.
Así pues, sólo fui a J. una vez. Recurrí a un abogado, por consejo del juez. Intenté hacer lo máximo posible. Mi consuelo fue haberle visto físicamente mucho mejor. En realidad, había intentado suicidarse: las venas. Debía de pasar momentos muy malos. Parece ser que ésta fue la razón por la que no le entregaron mis paquetes.
Estuvo en prisión alrededor de un mes, con una especie de vagabundo. Probablemente, en el curso de una crisis por falta de droga, Francis la emprendió con él y lo dejaron solo en la celda.
Pedí si sería posible, puesto que estaba en prisión preventiva, trasladarle al hospital más cercano para cuidarle. Gracias a esta diligencia, le dieron permiso para salir, sin precisión alguna. Afortunadamente, se dirigió al hospital por propia voluntad.
—¿No han sido avisados por la prisión?
—Sí, me parece que sí.
Si no hubiese aparecido por allí, ¿quién se hubiese preocupado? Y hubiese sido buscado. ¡Es increíble la burocracia!
Poco más o menos tres semanas de desintoxicación para volver a empezar al día siguiente de su regreso, con Jean-Marc, un muchacho que se ha salvado.
A su hermana (que también ha fumado, pero durante poco tiempo) le dijo: «¿Puedes ir a buscarme los cigarrillos al coche, por favor?» Estaba lleno de jeringas.
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