Efectivamente, había escondido su mochila en el sótano para poder marcharse pasando inadvertida.
De acuerdo con su padre, avisamos inmediatamente a la policía, la cual manda un aviso de búsqueda a la Interpol.
—¡ Sus papeles!
—Están en el fondo de la mochila. El revisor regresa más tarde: «A ver, esos papeles...»
Estaba con un corso de dieciocho años, que había conocido la semana anterior.
—¿Sabes? Un tipo en el metro me ha ofrecido hachís. Yo lo he rechazado. Muy simpático; me gustaría ir a su casa; me ha telefoneado y como hay huelga en el liceo...
Le dijimos que lo mejor era que se quedase en casa, pero se marchó. Se había encontrado también con un amigo del barrio a quien le había hablado de ello y quien había intentado hacerla cambiar de opinión:
—Estás loca, no te das cuenta..., te vas a encontrar con ese tipo Dios sabe dónde y luego te arrepentirás.
Fue, pero para volver en seguida, contándolo todo, insistiendo incluso, como si hubiese estado al borde del abismo, sobre la suerte que había tenido. Lo que no le impidió marcharse con ese muchacho tan inquietante.
Nathalie tenía una facilidad asombrosa para relacionarse. Sí. Y en todas partes.
Fue detenida en la frontera belga y nos avisaron de que estaría al día siguiente en la comisaría de la estación. Consecuencia inmediata: expulsión del colegio. Las buenas monjas dijeron: «Sería mejor que Nathalie pudiese quedarse, pero parece ser que hay padres que se quejan y que ciertos profesores no la soportan».
Empezó entonces la ronda de preguntas: ¿Qué hacer para protegerla, para que siga sus estudios, para ocuparla? Le preguntamos si quería hablar con alguien para orientarse. Por supuesto, todos los psicólogos eran detestados, repudiados. Pero aceptó ir a un C.N.P.P.1 Son centros que se hacen cargo de jóvenes, los escolarizan y siguen su desarrollo con psicoterapia.
Fue quizás a la psicóloga a quien Nathalie contó: «¡Mamá era demasiado joven a los veintiséis años para cuatro niños!» Esta mujer me explicó: «Debió de cargar también con el sufrimiento de usted y odiar probablemente por ello a su padre». Lo que explica por qué repetía: «Ven, mamá, te llevaré a cualquier sitio donde seas feliz». Quería liberarme.
Se suponía que iba a clase tres veces por semana. En aquella época, no la seguíamos como a un perrito, no le habíamos apretado las riendas. No sabíamos, confiábamos, negándonos a hacer de detectives todo el tiempo. Para las vacaciones de Pascua, un amigo nos recomendó a un matrimonio que la acogería en su casa. Cuidaban de sus cabras. Estuvo doce días en su casa, acostándose tranquilamente con el hijo de la casa: lugar maravilloso, desayuno en la cama, levantarse a las doce...
A nosotros, esta experiencia nos pareció un camelo. Empezó el tercer trimestre en otro centro C.N.P.P. mixto en V. Muchos de estos jóvenes eran toxicóma-nos, pero ella proseguía sus estudios normalmente, lo cual nos parecía que representaba una estructura, un marco de vida casi normal.
No hizo nada. El buen tiempo aumentó el deterioro; se negó a seguir estudiando allí, se marchó tranquilamente tres semanas, no sin anunciarnos anteriormente que creía estar embarazada. Yo estaba aterrorizada. Apenas con catorce años... Me dejó con esta incertidumbre.
Al volver de casa de «esa gente encantadora y adorable», dijo que no veía realmente por qué estaba obligada a hacer lo que le disgustaba.
Era el final del tercer trimestre. El año había sido difícil para su padre y para mí: días de angustia, noches en blanco, búsquedas, personas con las que nos pusimos en contacto para ver las cosas con más claridad, las llamadas telefónicas, etc.
Era mi tercer año de análisis, había cambiado de médico, conocido gente nueva, no definitiva pero que dejó huella, que me había ayudado a liberarme de la influencia que podía tener mi marido sobre mí, sobre mi forma de pensar, de actuar. Yo sentía que tenía derecho a existir, que no era culpable de reaccionar, de pensar de forma diferente a él.
De mi análisis he sacado una inmensa confianza: he encontrado a un hombre, a uno verdadero. Se dio cuenta de que necesitaba consejos y me ayudó. No tenía a nadie, pero la mayoría de los padres ni siquiera tienen esto.
Estamos en junio, Nathalie está en casa y no tenemos ningún proyecto para el verano, aparte dar una vuelta por Córcega, con Luc y Nathalie, un grupo de amigos y sus hijos.
—Hagámoslo así y luego nos vamos los dos tres semanas a Sicilia.
—No puedo dejar a Nathalie sola en el campo. ¿Y si nos llevásemos a las tres niñas...?
—No tengo ninguna razón para hacerlo —contestó textualmente—. Nathalie siempre ha querido separarnos, y lo conseguirá como no tomemos una determinación. Es mucho más importante para ella ver a sus padres unidos.
Es cierto que nuestro problema existía, muy agudo, y que no databa de esa época. Reconozco también la importancia para un niño de que sus padres se quieran, pero en mi pensamiento había una prioridad absoluta: no dejar sola a Nathalie.
1. C.N.P.P.: Centre national de prévention et de protection (Centro nacional de prevención y de protección).
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