Incluso en una historia simple como la mía, hay cosas que no se saben, que quizá más vale ignorar. Yo no sabía que mi hijo se drogaba. Un día, a mediodía, en su habitación, Serge estaba acostado, llorando. Enfrente, en la otra cama, estaba sentada Claire. Claire es su amiguita.
—¿Te encuentras mal?
—Sí, estoy mal. Cierra la puerta.
Sin embargo, estábamos solos en la casa.
—Señora Rolin, tenemos que decirle algo muy grave.
A menudo tenía miedo por su trabajo. Era auxiliar en un hospital. Estaban contentos de su trabajo, pero faltaba demasiado; por esta razón, finalmente, fue despedido.
—¿Es algo relacionado con la salud?
—No, es más grave todavía. —Mi corazón dio un vuelco—. No nos atrevíamos a decírselo, se lo hemos ocultado hasta ahora, pero no podemos seguir haciéndolo: Serge se droga. Serge se pincha.
—Claire, si Serge no quería decirlo, ¿por qué no lo hiciste tú?
—Hay cosas que no se dicen a los padres porque hacen demasiado daño, pero ahora es tan grave que debía usted saberlo.
—Escucha, un mes antes o un mes después, el dolor es el mismo.
—Nunca saldré de ésta —dijo Serge—. Cuanto más tiempo pasa, más la necesito. Soy incurable...
—Zamour (ella lo llamaba así), te prometo que te ayudaré y te curarás. Acabamos de dar un gran paso, se lo hemos contado a tu madre y hacía cuatro años que se lo ocultabas. Es el principio.
—¿Habéis comido?
—Sí, sí, gracias, pero, dime..., ¿se lo dirás a papá?
Me fui a la oficina. Mi cabeza estaba vacía y llena a la vez. Tenía que anunciárselo a mi marido. En aquella época, a menudo iba a esperarme al autobús por la tarde.
—Hay algo que tienes que saber, es muy grave: Serge se droga.
También él sufrió un duro golpe. Cuesta aceptarlo. No sabíamos nada, nada sobre la droga; era una cosa que sólo ocurría a los otros. Y mi marido lo soportó en silencio.
Volvimos a casa y fue a hablar con Serge a su habitación.
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