—No tenemos nada que esconder, a menos que haya algo que yo no sepa bajo los colchones. Pueden mirarlo todo.
Les dejé hacer.
Después pidieron sus cuadernos, sus notas, e hicieron un montón de preguntas.
—De momento, nada más. Volveremos esta tarde para tomar declaración.
—¿Declaración de qué?
—Como vio robar la motocicleta, se ha convertido en cómplice: él ha confesado que lo vio.
Añadieron: «Irá a los tribunales».
Fuimos convocados y nos preguntaron si queríamos un abogado.
—¿Un abogado? ¿Para qué? ¿Ha habido denuncia por lo de la tableta de chocolate?
Pero había habido denuncia por la motocicleta. Y aunque Serge no había participado, lo había visto y tenía que haberlo dicho la primera vez que fue interrogado.
Ahí actuamos nosotros muy mal. En lugar de comprenderle, le castigamos, le pegamos con un cinturón, lo encerramos. Actualmente, no reaccionaríamos así.
Pero siempre habíamos inculcado a nuestros hijos el respeto hacia ciertas personas: la policía, la directora, los profesores. Eran personas respetables y había que creer en ellas a cualquier precio. Ahora, cuando veo un policía, cruzo la calle.
Fuimos de tribunal en tribunal, de aquí para allá. Finalmente, la denuncia fue anulada, pero tuvimos que pagar doscientos cincuenta francos: era el precio de una motocicleta.
Estas cosas le revuelven a uno el estómago, le enseñan a vivir.
0 comentarios:
Publicar un comentario