—Me iré solo, ha sido un año muy difícil y necesito descanso.
—Hazlo, no tengo nada en contra; quizá yo me vaya con ella a Larzac.
Ignoraba cómo podría entretenerla, pero estaba segura de que no podía abandonarla.
Mis suegros no la quieren mucho, no soportan que esté relacionada con hippies y droga. A pesar de todo, pasé algunos días en su casa, tranquilizando a mi suegra: si Nathalie reincide, yo asumo toda la responsabilidad.
En esa época, mi marido tuvo un amorío con una mujer que yo conocía; había pasado las vacaciones en casa y me había ayudado mucho a comprender ciertos comportamientos de Roland, por qué no era claro consigo mismo, por qué su actitud bastante nefasta con respecto a su hija, que llegaba a la brutalidad:
—Puesto que no quieres vivir como todo el mundo, márchate.
—Si quieres que me vaya, es muy sencillo, ¡me largaré!
Ella deseaba todo lo contrario, estoy convencida de ello.
Roland fue a buscarnos a casa de sus padres y nos fuimos a pasar ocho días a Córcega.
La primera noche, un pequeño incidente: en el alto que hicimos, a Nathalie se le cayó una cacerola de agua hirviendo sobre sus muslos. No pudo quitarse los téjanos y sufrió una quemadura de tercer grado.
Nuestros amigos, y entre ellos tres médicos, me dijeron posteriormente que se habían escandalizado por la violencia de la reacción de Roland.
—Como de costumbre, te las arreglas para estropearlo todo. No podrás andar, nos veremos obligados a volver y estoy seguro de que tú te alegrarás. Yo me sentía triste y furiosa a la vez. Nathalie, a pesar de sufrir, no se quejó ni un solo momento, siguió el ritmo de los demás, que hacíamos grandes caminatas y dormíamos al aire libre.
Interrumpimos la excursión porque era muy duro y no teníamos ganas de seguir, pero no a causa de Na-thalie. Él sólo tenía dos ideas en la cabeza: telefonear a su amiguita cada vez que encontraba un refugio equipado —lo que, a fin de cuentas, no me importa y, además, yo lo ignoraba por aquel entonces— y abreviar el viaje; pero es indignante que hiciese a Nathalie responsable de ello.
Por casualidad, Nathalie se encontró con un amigo con el que tenía más o menos relaciones y quiso quedarse en Córcega.
—No estoy de acuerdo, me quedo con ella mientras tú estás en el Sahara con tus amigos; no se trata de pedirle su opinión. Es así.
Entre paréntesis diré que los amigos se reducían a una chica.
—Eres totalmente inconsecuente, acaba de fugarse por espacio de tres semanas. No podemos hacer nada; ya que quiere libertad, que la tenga y que se quede aquí sola.
Yo no le comprendí, pero no tuve el valor de oponerme a su voluntad. Actualmente actuaría de forma distinta.
Así pues, Nathalie se quedó y yo acompañé a mi marido hasta Marsella. Estaba muy enamorado. Para mí se había terminado hacía muchos años, pero soñaba: si pasase algo..., es la primera vez que es capaz de dejarme..., si cambiase..., menos mentiras..., relaciones menos idealizadas...
Acompañada de Luc, fui al campo, feliz y tranquila. Nathalie se reunió con nosotros a finales de julio.
Roland, que se había marchado para quince días, estuvo ausente por espacio de cinco semanas sin que pudiese ponerme en contacto con él en caso de necesidad.
Volví a encontrarme con Henri, a quien conocía desde hacía mucho tiempo, pero con quien no había tenido nunca nada que ver
Roland volvió radiante: como si todo fuese natural. Le miré: el mismo rostro, la misma sonrisa. Nada había cambiado.
—Lo siento, se ha acabado, me marcho.
—¡ Estás loca! De nuevo Nathalie que nos separa. La has puesto contra mí.
Pero no hizo nada para que esta separación hiciese que lo cotidiano fuese un poco menos loco; su amiguita reaccionó rápidamente, la instaló en el domicilio conyugal. Tranquila, muy tranquila.
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