Francis

Cuando Francis tuvo la hepatitis yo hubiese tenido que ponerme sobre aviso. Pero como desde la edad de un año había sufrido del hígado, me dije: «Viene de ahí, por eso está enfermo».

Se cuidó poco y se marchó en seguida de gira con su grupo de música. Tuvo una recaída muy fuerte en el mes de julio, siendo incluso hospitalizado en Q.

Fui a verle; estaba amarillo, completamente amarillo. Una buena hepatitis. Afirmó que había comido demasiados mariscos.

Yo quería renunciar a mis vacaciones para quedarme con él.

—No, mamá, no; vete. Es ridículo que te quedes, no es nada.

A pesar de todo lo que tiene de malo, siempre ha minimizado las cosas para que yo no sufra.

Así pues, le dejé, pero le telefoneaba cada dos días: parecía ir mejor. Cuando volví, el médico no me dijo absolutamente nada y, sin embargo, debía saberlo y hubiese podido advertirme. Francis fue hospitalizado el día que cumplió dieciocho años... Los médicos le pidieron que prolongase su estancia allí, pero él quiso marcharse al cabo de quince días.

No me hice ninguna pregunta, «eso» no pasó por mi mente; de todas formas, ¿qué hubiese podido yo hacer?

De hecho, cuando recibió la orden de comparecencia y estuvo en prisión empecé a actuar.

Sospechaba desde hacía algún tiempo que Francis no estaba en su estado normal, pero no podía determinar la causa.

Me informé entre los que le rodeaban. Nadie me contestó, ni siquiera los compañeros con los que actuaba; ellos no se drogaban, creo que fue el único del grupo, pero debían de saberlo.

Francis se había marchado de casa hacía bastante tiempo; por lo tanto, no podía darme cuenta como si hubiese vivido con nosotros: hubiese visto sus cosas, hubiese registrado sus bolsillos. Por otra parte, es así como empecé a sospechar. Un día fui a su apartamento, abrí su bolsa y vi una jeringa. Era poco antes de la orden de comparecencia. Mi impresión fue grande, lo puse de nuevo todo en orden y hablé con Francis, pero él cambió de tema.

Posteriormente tuve pruebas verdaderas: las jeringas, las cucharas negras, las manchas de sangre, el algodón. Pero, invariablemente, desviaba la conversación. Más tarde, encontré asimismo dos o tres frascos de líquido marrón, bastantes frascos grandes —creo que era opio— y polvo blanco. No sé cómo es el hachís.

No creo que hubiese traficado mucho, pero llevó a cabo robos; debió revender y eso fue lo que le llevó a prisión. Yo pensaba que había empezado después de la muerte de su padre, en noviembre de 1973, pero, en realidad, ya fumaba mucho antes, incluso en el colegio privado en el que le habíamos inscrito. Mucho humo y él cada vez peor, pero yo no me daba cuenta.

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