La primera mujer de Roland se mató en un accidente de coche, las pequeñas tenían nueve y medio y ocho años, Nathalie cinco, Luc dos y medio, yo, veintiséis.
Llegaron justo en el momento en que yo recuperaba el gusto por la vida; deseaba volver a estudiar. No resultó fácil ayudar a Chantal y Marie a integrarse. Para ello dejé a mi hija un poco de lado. No protestó. Pronto formaron un clan muy alegre. Y, como Luc quedaba un poco relegado, me volqué hacia él.
Ocho y nueve años y medio ya no son edades en que las relaciones puedan establecerse fácilmente. Chantal, especie de princesa adulada por su madre, tuvo que convertirse en un niño entre los niños. Intentó seducirme, pero yo me negué a ello. Yo no podía arrebatárselo todo a mis hijos de un día para otro. Nathalie jamás manifestó nada, lo que no me parecía normal. No quería ir hacia mí, quizá se sentía culpable por tener ella una madre y las otras no. Todas las atenciones eran para las mayores, nadie pensaba en las posibles dificultades de Nathalie y mías. Además, según consejo de un primo psiquiatra, no debíamos hablar de esta muerte hasta que las propias niñas lo hiciesen. A mí me parecía aberrante, pero Roland estaba de acuerdo con esta opinión.
Curiosamente, lo que soporté muy mal fue el que me robasen el derecho de mi hija a ser la mayor, probablemente por ser del mismo sexo. Durante cinco años, había sido mi hija mayor y, de pronto, se convertía en la tercera.
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